2.
Cracker Jack y Reflejos y Reflexiones
Comprarme
un Cracker Jack era un lujo cuando
era niño. Costaba 15 centavos y mis padres me daban solo 25 los sábados para
que pudiera ir al cine y me comprara alguito con el vuelto. La compra del Cracker Jack la hacía solo de muy de vez
en cuando. Tenía que contar con más de un q?ara en el bolsillo y tener unas
ganas irresistibles de sentir el sabor del preciado popcorn
encaramelado con maní y conocer la sorpresa del
premio que contenía su envase adentro.
Al
mercadito Kraft, que me quedaba cerquitita
de casa al cruzar la calle en la esquina de Calle Ocho y Santa Isabel al lado
de la escuela de los Stones, se le agotaban frecuentemente
las existencias de Cracker Jacks. Muy poco
del botín que ofrecía la tienda de cosas que me provocaba comprar estaban al
alcance de mi menuda capacidad de compra. Pero con el Cracker Jack no me importaba comprometer la pobreza de mi bolsillo.
Mis idas a la tienda las esperaba con gran anticipación. Todo real o dime adicional que lograra conseguir por
un medio o el otro me lo gastaba usualmente en melcocha, Spur
Cola y bon, parag?itas rompemuela, o cualquier antojo
que permitiera mi presupuesto. Hasta que hubiera Cracker Jack. Si tenía lo suficiente en el bolsillo, lo compraba de
cajón, aun quedándome limpio.
Cuando
no tenía plata, bastaba con irme a la esquina para revisar la variedad de mercancía
cualquiera de la tienda que me llamara la atención. Frecuentaba tanto el
pequeño almacén que vasto y afilado era mi conocimiento de lo que había a la
venta. Al instante notaba la presencia o la falta de Cracker Jack en la tablilla en la sección detrás de la caja
registradora.
Un
día cerrado de nubes, las frecuentes lluvias de la semana habían hecho muy
aburrido el estar metido en casa por tanto tiempo, y se me agotó el deseo de pasarlo
dibujando o fabricando cualquier clase de juguetes, como las avionetitas que
construía con pegalotodo Ducco
de las cajitas Canal Zone
Matches y sus fuertes palitos de fósforo. Aproveché
la escampada del torrencial aguacero que acababa de caer para ir al mercadito
con los 20 centavos de tesorería que me habían caído del cielo. El blanco donde
los gastaría, si lo pillaba en su lugar usual, era el codiciado Cracker Jack.
No
existía la Tele en aquel entonces, y la economía de nuestra familia no era apta
para la compra de mucha juguetería. El paquín, que llamábamos cómica,
era un compañero perfecto con que entretenerme y evitar la soledad de las
largas horas que pasaba solo sin amigos, especialmente cuando llovía. En casa
siempre había paquines, pero cuando faltaban, o no provocaba
su lectura, invertía el tiempo en proyectos de arte o en quehaceres artesanales—como
las avionetitas—donde aplicaba soluciones creativas que requerían de la
imaginación.
Cuando
me dirigí al mercadito con mis 20 centavos, fue para aprovechar la ansiada escampada
de las necias lluvias del día que me habían mantenido en casa. Llevaba horas si
no leyéndolas, dibujando mis personajes favoritos de las revistas de
historietas que más me atraían. Batman, Tarzán, Flash
Gordon, Superman y los de la amplia colección de Classics, de esos que encontraba en el Club House en Viejo
Cristóbal ofrecían buen material para pasarla dibujando o pintando con mi juego
de acuarela. Pero la fascinante proeza del excéntrico Plastic Man de transformarse y tomar la forma de
cualquier clase de objetos y cosas, y pasar desapercibido, era el más intrigante
de los dotes superheróicos que soñaba con poseer.
Con Plastic Man quedaba
totalmente absorbido en fantasía, particularmente cuando se convertía en espejo.
Eso me volaba el coco por completo. Trataba de imaginarme lo que sentiría Plastic Man transformado
en la esencia del espejo que asumía. No recuerdo con precisión si fue durante
el proceso de leer o mientras dibujaba algo de alguno de mis paquines de Plastic Man que dí con las imágenes del
superhéroe transformado en espejo, pero me acuerdo entretener la curiosidad de
querer saber cómo sería representada gráficamente una caricatura de Plastic Man habiendo él
asumido la forma de dos espejos que, cuando colocados uno frente al otro de
cierta forma, crean el espejismo de nuestra imagen repetida infinitamente, así
como vemos en las salas de espejos locos en las ferias de diversión. Encuentros
semejantes con espejos he tenido ocasionalmente en mi andar cotidiano durante
el transcurso de mi vida, y desde muy pequeño. Estoy seguro que
la gente en general ha tenido encuentros parecidos. Cuando me ocurren a mi,
permanezco en total fascinación durante el tiempo que pueda, contemplando la
fila de imágenes mías repetidas al infinito.
Con esa
noción de los dos espejos y Plastic Man en la mente, me dirigí al mercadito con mis 20 centavos
a ver si habían llegado nuevas existencias de Cracker Jack. Tenía impaciencia por salir de la duda, así que eché
a correr desde el momento que crucé la calle. La tienda contaba con dos
entradas anchas que quedaban abiertas todo el día, una a cada costado de la
esquina del edificio. Entre ambas quedaba el área de la caja registradora. Si no
había nadie frente al mostrador que obstaculizara mi vista, antes de llegar a
la entrada de Calle Ocho, me era posible ver desde cierta distancia la
mercancía en las tabillas detrás de la caja. Cuando me dí
cuenta en media corrida que había una señora frente a la registradora, bloqueando
mi vista mientras pagaba, entré como una bala y metí un frenazo con mis
confiables y requeteusadas Keds,
pero no sin antes chocar con la mujer, dándole su pequeño susto. Me disculpe rápidamente con la señora y miré a la estantería. Y
allí estaban, paraditas en fila, las cajitas de Cracker Jack. Y una era para mi.?
Mientras recuperaba el aliento por la carrera que había pegado, me paro
frente al mostrador con gran anticipación al lado de la señora. Una vez paga y se va, saludo al señor Panayotis que maneja la caja, y le digo: ?Me da un Cracker Jack por favor. Y cóbreme una
Orange Crush. Yo la busco allá atrás.?
Lo
primero que hacía con el Cracker Jack
era abrir la cajita de una vez para ver si el premio que contenía se encontraba
en la superficie. Si no estaba y se
había escurrido muy al fondo tenía que consumir prematuramente la delicia para
dar con la sorpresa. A mi me gustaba comer el Cracker Jack con calma para saborear las mascadas. Pero también
quería saber lo más pronto posible qué premio me tocaba. Los premios no eran la
gran vaina, aunque hallar un trompito, anillo, o pito era fijo motivo de
satisfacción. Lo que realmente contaba era ese elemento de sorpresa que acompañaba
la compra del Cracker Jack. Por eso fui
enseguida a buscar mi soda y me senté en el escalón de la entrada de la tienda que
daba a la Santa Isabel para dar con el premio y disfrutar de mi dulce y bebida.
El premio no estaba a la vista. No era inusual. Muchas veces solo
estaba fuera de vista y oculto justo debajo de la superficie del millo. Con solo tantear el contenido con el dedo se
daba con él, si estaba, por supuesto. Esa
vez no lo estaba, así que decidí quedarme sentado para meterle el diente al Cracker Jack y mi soda tranquilamente.
Yo
era un niño distraído, un clásico daydreamer. Tal vez por la pena de hablar que me daba el
tartamudeo que padecía me refugiaba en el terreno amplio y libre—y fantástico—de
la imaginación para llevar a cabo allí el arte de la conversación que manejaba
tan pobremente en la realidad. Estar tranquilo y callado era algo que hacía a
menudo, y me encantaba. No recuerdo sufrir de aburrimiento de niño cuando
estaba solo. Si no estaba leyendo paquines u otro
tipo de lectura, o construyendo juguetes, o dibujando y pintando, la pasaba
imaginándome una cantidad de vainas. Allí sentadito en la tienda igual me había
soltado a lo imaginario mientras me entregaba físicamente al goce de mi dulce y
soda. En los ir y venir de mis pensamientos, solo los ruidos del tráfico y del
interior de la tienda y el hablar de la gente, me hacían conciente
la realidad física en que me encontraba.
En uno
de esos venir fijé mi atención sobre
el logo en la caja del Cracker Jack. Me
había interesado veces antes, pero en esa le noté con mayor interés la alegría
y orgullo que demostraba el rostro del emblemático marinerito, con brazo
derecho erguido en saludo militar, su fiel perrito a sus pies, y la bufanda y
cuello de su uniforme siendo agitados al aire por lo que de seguro era una agradable
brisa marina. Sentí el impulso de pintar o dibujar lo que por primera vez estaba
notándole al logo. Al estudiar los elementos gráficos que requeriría el trabajo,
tomé particular interés en la cajetita de Cracker
Jack que tenía en su mano el marinerito. Por su tamañito exigiría un trabajo
detallista particular.
Mientras
consideraba alternativas, me causó intriga la noción de imaginar la figura misma
del logo, en si, la de toda la portada, plasmada también en la cajita que sujetaba
el marinerito en su mano, y que en esa cajita mas chica habría otra figura de
si mismo sujetando a su vez otra cajita, la cual portaría a otro marinerito, repitiéndose
lo mismo en cada nuevo nivel, solo que más diminuto que el anterior, y así
sucesivamente hasta nunca terminar. De pronto me da la sensación de estar
bajando físicamente con cada nuevo nivel que imaginaba, hasta el punto donde no
pude más y solté del todo el agarre a la fantasía, y con eso siento la
impresión de haber entrado en un gran vacío en que me sentí flotando y todo en
lo que pensaba se desvanecía como en la niebla y sin mucho importarme. Y por
alguna razón sentí una afinidad física con las imágenes repetidas infinitamente
en el espejismo que había relacionado con Plastic Man antes de ir a la tienda. Se me hace
que había una conexión directa con lo que estaba experimentando con el logo del
Cracker Jack. Y aunque de alguna manera reconocía que la diferencia entre las
dos características de lo infinitamente repetible era solo gráfica, la sensación
física que sentí del tiempo y el espacio eterno era idéntica en ambas.?
Por supuesto, a mis 6 años nada de eso lo reflexionaba intelectual o
conscientemente, pero la presencia física del espacio infinito que sentí es
algo de lo que nunca me olvidé. A partir de ese momento, a casi todo trabajo de
dibujo o pintura que hacía, le asignaba un elemento gráfico que representara el
infinito para volver a sentir, en el ejercicio del arte, lo que había vivido en
mi interior ese día con el logo.
Más
adelante, de un libro que enseñaba cómo dibujar, aprendí sobre el uso del punto
de fuga para representar gráficamente la tri-dimensionalidad
del espacio. A medida que crecía y maduraba la manera en que generaba los
trabajos artísticos que realizaba, ya sea en la escuela o en casa, invariablemente
concebía temas que ilustraban o insinuaban el infinito, empleando la técnica
del punto de fuga. Pero a los 29 años, en 1973, cuando pensaba en abandonar el
mundo del comercio para entregarme a la dudosa proposición de realizarme profesionalmente
como artista, fue cuando crucé el umbral de proponerme a representar en mi obra
la sabiduría que contiene el espacio infinito. Los temas filosóficos y el
profundo reflexionar sobre el Cosmos y el papel que jugamos en él que en
adelante comencé a entretener en lo personal, sirvieron desde entonces como fuente
perenne de inspiración para el desarrollo de mis obras.
Con
el pasar de los años, cuando ya me había situado profesionalmente en el mundo
del arte de mi país, y recibía mayor reconocimiento la madurez en la técnica en
mi trabajo, también maduraba plásticamente mi conceptualización gráfica de la
infinidad y el espacio cósmico. Ese cúmulo de conocimiento personal y
profesional sobre la naturaleza y las propiedades de lo eterno,
cristalizó mi comprensión intelectual de la sensación espacial que estimuló mi
encuentro infantil con el logo del Cracker
Jack.
Lo
que finalmente he llegado a comprender durante la larga jornada, es que la
idiosincrasia reflectante del universo y la nuestra que nos evidencia el infinito
mismo, sugiere que todo lo que habita el cosmos existe en reflejo de si mismo.
La presencia del reflejo como podemos observar en un espejo, por ejemplo,
existe en evidente variaciones en nuestro mundo
natural: en la configuración cristalizada de algunos elementos; en los patrones
fractal que toman cierta vegetación y cristales; en el contenido de los
espejismos y otros fenómenos parecidos que se observan sobre aguas calmas o en desiertos.
Esa
presencia del reflejo no se limita a lo que es físicamente obvio. La ciencia de
la teoría cuántica investiga no solo la posible existencia de un universo
paralelo al nuestro, sino de muchos a cada cual.? En los terrenos de nuestro interior, particularmente
en nuestra sicología y espiritualidad humana también se evidencia la presencia
del reflejo. El razonamiento reflexivo, o el reflexionar sobre algo o uno mismo
son dos maneras en que la mecánica del reflejo se manifiesta en los albedríos
de nuestra mente y psiquis.
El
reflejo también le sirve a nuestro indagar filosófico, principalmente cuando
nuestra relación con los opuestos dirige el propósito de nuestro existir. La
felicidad y la tristeza, el hambre y la saciedad, la duda y la certeza conviven
como reflejos de si mismos en nuestro ser. Los opuestos son el espejo que
requiere la Verdad para reconocerse cuando se contradice a si misma. Sin los
opuestos no habría un todo o infinito que percibir.? En su búsqueda del perfecto balance entre el
ir-y-venir de su evolución, el universo se sirve de los opuestos. Sin ellos no
podría darle validez a su existencia?ni nosotros a la nuestra. Por eso podemos
vernos reflejados en todo lo que somos capaces de observar.
No
seríamos consciente de los opuestos si no fuese por su componente simétrico,
sin el cuál no podríamos reflexionar y reconocer nuestras contradicciones. La reflexión
da significado a quien y qué somos.? Nos
pone en contacto directo con la naturaleza de los opuestos y el papel crucial
que desempeñan en ayudarnos a identificar la realidad. La similitud en nuestras
contradicciones es reafirmada con la esencial presencia de la simetría en
nuestro universo. Cuando nos vemos reflejados en un espejo, por ejemplo, lo que
realmente vemos no es nuestra réplica idéntica, sino nuestro idéntico opuesto,
es decir, un reflejo contrario de quién somos. Si levantamos el brazo izquierdo
frente a un espejo, el brazo que vemos izado en el espejo no es nuestro brazo
izquierdo. Desde el punto de vista de nuestra imagen reflejada, es realmente el
derecho.? Debido a que estamos
"observando" la realidad desde nuestro lado del espejo, es que
suponemos que el brazo que alzamos es nuestro brazo izquierdo. Pero, no
confinado a un punto de vista unicéntrico, nuestro
reflejo se convierte realmente en una réplica opuesta de quién somos. Visto de
esta manera, podemos concluir que el brazo derecho de nuestro reflejo es en
realidad el brazo izquierdo de nuestra imagen y viceversa, dependiendo de cuál
lado del espejo decidamos observarnos.
La
simetría es esencial para que podamos observar nuestra realidad en esos
términos relativos. La razón por la cual pude relacionarme con la aparente
incongruencia lógica de la repetición de las imágenes en el espejismo de lo de Plastic Man y las
cajitas de Cracker Jack, fue porque
la simetría permitió que percibiera el fenómeno de la repetición sin fin en
ambas direcciones opuestas desde el mismo punto de partida o de vista. De igual
manera, en nuestro reflexionar la simetría nos asiste en que reconozcamos en el
?espejo? de nuestra existencia a nuestra naturaleza contraria. Y no se trata de
una simetría pareja, en la cual las dimensiones de los opuestos reflejados son igualmente
proporcionadas.? Un balance perfecto en
nuestra reflexión no es obligatorio para reconocer la verdad de nuestros
hechos.? La verdad también puede ser
reflejada asimétricamente y aun ser reconocible.
La
asimetría es la realidad percibida en un estado carente de armonía. No siempre
en nuestro Ser nos encontramos en un estado armónico. En términos psicológicos,
para que sea veraz, el reflejo realista de nuestro estado mental no necesita
ser perfectamente simétrico y equilibrado, como vemos nuestro reflejo en un espejo
normal, por ejemplo. Cuando las aguas de un estanque no están calmas, o cuando el
espejo sufre deformidad, nuestro reflejo se ve alterado. Pero,
?es falso ese reflejo, o esa reflexión? La imagen de nosotros que vemos en las
aguas inquietas del estanque luce inestable en relación con la imagen original
de ?este? lado. Pero, desde ?aquel? lado, desde la perspectiva de la imagen
alterada, ?cómo percibimos nuestro estado?
Por
cierto, yo no pretendo conocer las respuestas a estas interrogantes y las
muchas otras con que me he encontrado sobre la naturaleza del reflejo y la
reflexión y todas sus implicaciones físicas y psicológicas, pero lo que
sugieren filosóficamente abre puertas a una investigación ilimitada sobre el
tema.
En
mi obra pictórica, desde niño, he estado explorando las sensaciones del reflejo
a través del empleo de mi fascinación por la perspectiva y su relación con el
infinito. Hace algunos años, descubrí que la perspectiva, según es representada
en las obras de M.C. Escher, ofrece una relación
gráfica con el espacio y el tiempo que permitía una representación visual tridimensional
casi fidedigna de la infinidad y la percepción del espacio.? Pero lo infinito que yo presentía iba más
allá de cómo era representado por Escher. Las
perspectivas múltiples que ofrecen sus obras convergen en un número definido de
puntos de fuga gráficamente identificables, y debido a su especificidad, no me
representaban o reflejaban esa más auténtica definición del estado sin fin del
universo que yo percibía.? Finalmente en 1987, inspirado por las virtudes gráficas de
las cintas que permitían un sin fin de puntos de fuga con que jugar
espacialmente en mis trabajos, solucioné las limitaciones de la tri-dimensionalidad de Escher que
me molestaban.?
Como yo lo veía, la sensación del espacio universal no se origina en
un punto, sino en todos los puntos.
El infinito debe ser integral, universal en su manifestación de la Realidad
para que nos percatemos de él con la entrega que merece, para que lo sintamos
presente a cada instante de nuestra existencia. Esta más acertada
representación del infinito que logré con la cinta y lo que sobre nuestra naturaleza
me reconfirmó la serie documental, The Brain: Our Universe Within, hicieron
que en 1988 adoptara el concepto del trabajo modular como mejor carril gráfico
para explorar mi fascinación con el espacio y el Cosmos. Como resultado, el
infinito que vengo representando en mis obras desde entonces no es definido por
ningún punto específico. La percepción de la profundidad del espacio origina
virtualmente de cualquier lugar—lo que libera la obra de la lógica de gravedad
terrenal y la abre a múltiples alternativas visuales. En el lienzo, por
ejemplo, la izquierda o derecha, el arriba o abajo puede ser cualquiera de sus
costados. Incluso la simetría intencionada de los dípticos y los trabajos de
paneles múltiples puede ?desorganizarse? sin alterar el balance de la composición
o la estética de la obra, lo que permite libre albedrío en su disposición. En
breve, la obra puede contemplarse en una miríada de posiciones, lo que
virtualmente hace que pueda verse una nueva pintura, por así decirlo, con el
simple reposicionamiento de los paneles en cualquier forma que se le antoje al
observador.
?Que
distancia ha recorrido mi percepción del espacio desde ese encuentro con él en
el Mercadito Kraft mientras comía Cracker Jacks!
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